En el verano de 1956, no recuerdo exactamente ni el mes ni el día, embarcamos en el puerto de la Guaira,

en este precioso buque rumbo a Euskadi: nuestra Patria.

Era mi primer viaje al país que no me vió nacer por una serie de razones, sinrazones históricas, que muy pronto comencé a comprender y a padecer.

Nuestro aita se quedó en Venezuela. El momento del agur nos congeló su mirada. Su imagen, como un junco, se fundió con el cielo caribeño y nunca supo que la estela del barco en el que partíamos era una espuma de lágrimas.

Iñaki tenía nueve  años, Maitena siete y medio, yo cinco y Koldo 3. Viajaba con nosotros Margari, la tata de Astigarraga y Vicente Barroeta con sus cinco hijos.

Por mi edad recuerdo muy pocas cosas de lo que ocurría entonces en el mundo. Solo lo que acontecía a nuestro alrededor. En los niños la noción del tiempo es siempre prospectiva; es como si la historia no existiese. Cuando te haces mayor vas incorporando elementos del pasado, siendo difícil establecer los límites entre lo vivido, lo soñado y lo que te han relatado. Y cuando toda esa amalgama pesa y se siente, aparece la nostalgia.

He leído que en ese año de 1956 hubo un sin fin de acontecimientos: el Real Madrid ganó la copa de Europa; en Venezuela se abrió un canal de 12 metros de calado que unió el lago Maracaibo con el Golfo; se casó Marilyn Monroe con el escritor Arthur Miller; murieron el escritor italiano Giovanni Papini y el vasco D. Pío Baroja; Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga triunfaron en el festival de Venecia; el General Franco declaró el primer estado de excepción y prohibió las llamadas eufemísticamente casas de tolerancia.

  Mi hermano Koldo era ajeno al hecho de que el 14 de Julio de ese año se inauguraba el Festival Internacional de Cine de San Sebastián (Zinemaldia) , del cual, años más tarde, sería su director.

Pero volviendo al barco, mi memoria me lleva a recordar qué nos ocurrió en este gran hotel flotante que era el Marqués de Comillas.

La existencia de personas más franquistas que Franco, la condición de exiliados nacionalistas y la afición al cine inculcada por nuestro aita, fueron circunstancias que pusieron en un serio aprieto a la familia.

Viajaban en el buque el ministro español de obras públicas de aquella época, Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conde consorte de Vallellano. Cerca de Tenerife se desencadenó un fuerte temporal que obligó al pasaje a permanecer en sus camarotes por el peligro que representaba salir a cubierta.

Nuestra madre, para evitar el aburrimiento de los niños -que llevábamos encerrados ya varios días-, pidió permiso al sobrecargo para proyectar unas películas infantiles que ella tenía en su equipaje. No se dió cuenta de que, entre los carretes que le entregó,  había una filmación de la inauguración del Batzoki del Puerto de la Cruz, en donde aparecía una ikurriña ondeando en su mástil.

La visión de la enseña vasca provocó, en buena parte de los asistentes a la proyección,  una airada reacción de protesta, cuando no enfervorizadas manifestaciones verbales de lo que entonces se denominaba adhesión al régimen.

El escándalo pronto llegó a oídos del capitán del barco, el cual quiso dejar bien claro ante mi madre su patente de corso, advirtiéndola del nefando delito que había cometido, del disgusto irreparable que tenía el señor ministro (informado del caso), y de las consecuencias que, una vez en el puerto de destino,a acarrearía tamaña osadía.

Y como siempre hay gente que inventa problemas donde no los hay, y quiere medrar aprovechando el infortunio del prójimo, el incidente nos tuvo en un vilo hasta que desembarcamos en Sarturtzi.

Allí comprendí, o más bien empecé a comprender, por qué mis aitas pagaron con el exilio sus ansias de libertad. Libertad que en ese instante nos fué confiscada por la policía de aduanas que obligó a entregar a mi ama la documentación, los pasaportes y las películas “subversivas”. 

Nuestra tierra prometida, que yo pisaba por primera vez, nos convirtió, de repente, en seres comprometidos. La alegría del encuentro con los tuyos se empañó de perplejidad y de miedo.

Años más tarde, me contaron el desenlace de esta historia que hoy, desde la nebulosa del subconsciente, he tratado de reconstruir.

Me siento orgulloso de lo que fue capaz mi ama, sobretodo teniendo en cuenta la dureza política del momento. Fue un gesto que demuestra una extraordinaria valentía por su parte -no en vano era de Mutriku y estaba casada con un gudari-, Y, fundamentalmente, que con la verdad se llega a donde haga falta.

Y al balneario de Zestoa se fué doña Itziar Olabeaga a hablar con el ministro -que se encontraba en esta villa guipuzcoana por ser verano y estar el General Franco en el Palacio de Allete, en Donosti-.

El responsable de obras públicas oyó la versión real de lo ocurrido y actuó en justicia, dando las oportunas órdenes para zanjar el asunto, evitando así una judicialización del incidente.

El Marqués de Comillas se destruyó en un incendio en 1961, mientras se reparaba en los astilleros de Ferrol del Caudillo. Entre sus hierros retorcidos quedó este trocito de nuestra historia.

En nuestro caso y en el de muchos abertzales, que sufrimos la diáspora, evidentemente, ningún tiempo pasado fue mejor.

Egun on, Abenduaren 17an, Arabiar Aretoan “2019ko Bilboko Ospetsuak” izendatzeko ekitaldia zela eta, egindako argazki bat erantsi dut.

Egun on,  Adjunto remito fotografía efectuada con motivo del acto de nombramiento de “Ilustres de Bilbao 2019”, en el Salón Árabe, el pasado 17 de diciembre.

Agur bat, un saludo.

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